Lola (MONÓLOGO-Historias de mujeres perfectas Cap 8-Maru García)
Cerró la puerta con cuidado, no quería hacer el más mínimo
ruido. Al clic del mecanismo siguió un silencio casi absoluto. Si escuchaba atentamente
podía oír a algún vecino e imaginar qué estaba haciendo, e incluso podía ir más
allá para llegar a ver el color de los coches y la vida de los que iban en
ellos. El mundo se movía y vivía ajeno a ella.
Se le escapó un suspiro que sonó como si con él saliera de
su cuerpo toda la angustia.
Normal, cuando salía de casa era normal, como las otras. Con
este pensamiento dio media vuelta y enfiló las escaleras hasta llegar al Bajo.
Allí el peculiar olor a libros la invadió y sintió un
escalofrío. Era curioso cómo podía ser tan sensible a lo que percibía a través
de los sentidos. No era sólo el oído o el olfato, era lo que sentía en la piel,
en el paladar o en sus ojos. Lo mejor era que casi siempre todo se mezclaba
permitiéndole escuchar olores, saborear sonidos, sentir la piel de gallina al
ver el sol asomando entre los árboles e incluso sentir dolor en todo el cuerpo
al escuchar uno de sus gritos.
Como ahora mismo, que le temblaban las piernas de emoción… o
quizá era cansancio. No habían dormido nada, les había tenido despiertos hasta que
se quedó tirado en el suelo de la cocina. Cuando tocaba bronca duraba la noche
entera, luego, como si hubiera descargado toda su furia, tardaba en volver a
emborracharse y podían tener unas semanas de tranquilidad.
Al volver del cole llamaría a su vecina, la coleccionista de
libros, para coger dos nuevos y devolverle los de la semana pasada.
Salió del edificio sintiéndose liberada. Después, seguiría
creciendo entre palabras escritas en negro, pequeñas, apretadas y salvadoras.
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